viernes, 21 de octubre de 2011

EL FETICHE DEL LIBRO DE PAPEL.

UNA PUBLICACIÓN DEL BLOG DE GUILLERMO VEGA ZARAGOZA

http://ombloguismo.blogspot.com

El fetiche del libro de papel.



El fetiche del libro de papel
Por Guillermo Vega Zaragoza
(Publicado en la revista Migala núm. ?)
Hace poco apareció en España un libro titulado Enfermos del libro. Breviario personal de bibliopatías propias y ajenas (Universidad de Sevilla, 2009), escrito por el diplomático y bibliófilo Miguel Albero. Es un exhaustivo y ameno compendio de todas las patologías relacionadas con ese artefacto compuesto de caracteres e imágenes impresas en hojas de papel, unidos entre sí en una de sus orillas y aprisionados por unas tapas de algún material un poco más grueso y resistente. La primera de ellas es, desde luego, la bibliofilia: el amor desaforado por los libros. Es decir, no por la lectura en sí, sino por el libro como objeto. Los bibliófilos coleccionan libros, los almacenan en inmensas bibliotecas, persiguen en forma enfermiza incunables, ejemplares raros o primeras ediciones. Son personas que gozan —a veces con un fervor casi erótico— con el contacto de las hojas, el empastado, incluso con el olor característico de los libros viejos o nuevos, no importa. Ah: y además afirman que el libro de papel nunca va a desaparecer, que no hay mejor instrumento para transmitir el conocimiento, que ha durado siglos, que no se necesita energía adicional para hacerlo funcionar, que se puede leer en la alberca, que… Bah, paparruchas.
Simple y sencillamente valdría recordarles un nombre: Eróstrato. Si no les suena es porque fue un tipo que se quiso hacer famoso prendiéndole fuego al Templo de Artemisa en Éfeso. Su maldición ha sido, precisamente, que nadie se acuerde de su nombre. Me atrevo a traerlo a colación para recordarles a todos los bibliófilos que sólo bastaría un pequeño y humilde cerillo encendido para convertir a los objetos de sus amores en cenizas.
Es cierto: exagero. He recurrido al reductio ad absurdum para resaltar que lo que pierden de vista los defensores del libro de papel es que lo importante del libro como invención, como artefacto tecnológico, no es el soporte en sí, sino el formato: ese rectángulo en donde se acomodan las letras en cada página y la posibilidad de leerlas en sucesión o en desorden, como uno quiera. Esa es la fortaleza del libro como idea, como concepto. Eso es lo que va a tardar mucho en desaparecer, hasta que la humanidad invente algo mejor para transmitir el conocimiento de persona a persona y de generación en generación. Lo del soporte es lo de menos, porque la tecnología digital permite el almacenamiento y la distribución de libros electrónicos tan amplia y rápida como nunca antes. Así lo ha destacado Jeff Bezos, el CEO de Amazon, la librería más grande del mundo, cuando lanzó el Kindle, su propio dispositivo para libros electrónicos. Su objetivo (que seguramente logrará en unos años) es que Amazon pueda ofrecer cualquier libro impreso, en cualquier lenguaje en cualquier época, disponible para descarga en 60 segundos.
En efecto, el libro de papel no desaparecerá sino que se convertirá en un asunto de excéntricos y extravagantes, como los cazadores de mariposas, que a nadie molestan y hasta enternecedores resultan. El libro de papel dejará de ser el medio principal para la transmisión de conocimiento y la lectura; dimitirá en favor de los soportes electrónicos, los llamados e-books, o libros electrónicos, que, es cierto, presentan en este momento tanto ventajas (sin duda, la más importante: tener a la disposición inmediata cualquier libro, sin depender del espacio físico, con unos cuantos clicks) como desventajas (las cuestiones de formatos, programas, dispositivos de lectura, etcétera), pero sólo se requiere tiempo para que se resuelvan éstas últimas y pasen a convertirse en el estándar para la edición de libros.
Es comprensible que los bibliófilos se sientan amenazados por la proliferación de la tecnología digital. Eso mismo debieron haber sentido los monjes copistas de la Edad Media con la aparición de la imprenta: “¿Ahora qué haremos?” Nada: comprar libros. Los bibliófilos tendrán que comprarse su Kindle, su iPad o lo que sea que se convierta en el lector dominante), y leer libros electrónicos.